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Principito desencantado

Historias de un principito sin reino y sin princesa

28/09/06 28 Septiembre de 2004

Hace dos años, a estas horas mismas horas, iba en el "comboio da morte" rumbo a otro país. Fue la primera vez que salía de casa y se suponía que como poco iba a estar unos tres meses sin ver a mi familia y a mi reciente novia, ahora exnovia.

Me vienen muchos recuerdos a la mente. Ese día fue triste y feliz a la vez. Quedé con todos mis amigos, mi reciente chica y una amiga suya en un bar a tomar algo. Nos sentamos en aquel rincón que para mí era tan familiar. Ella me regaló aquel balón de ositos para no olvidarla. Confieso que pase mucha vergüenza cuando abrí ese paquete y vi aquel balón, no sabía muy bien qué hacer con él, me resultó un regalo extraño aunque cuanto más pasaba el tiempo más me gustaba. En aquella mesa no recuerdo exactamente de que hablamos, supongo que de nada, la situación no acompañaba, todos sabíamos que era una despedida, un "hasta luego" un poco largo. Recuerdo cómo me despedí de ellos, como les dije adiós y a los pocos metros me volví y ellos ya se habían ido. Me hubiera gustado oír su conversación. Quizás ni hablaron de mí, o sí.

Ya solo quedábamos ella y yo y el camino a casa fue un trayecto triste, gris, sabíamos que serían nuestros últimos momentos juntos durante una buena temporada. Nos abrazamos, nos besamos, lloramos... Me despedí entre lágrimas y allí la deje llorando. Ambos nos quedamos con ganas de más. Volvía para casa triste y desangelado. Hice todo el trayecto con el balón abrazado a mi pecho. Recuerdo que sonó mi móvil y ella me avisó que era un mal día para ir aunque ya nada podíamos hacer porque los billetes estaban comprados. Ese era el día.

Llegué a casa y acabé de hacer la maleta. Metí el balón como pude y me senté en mi habitación intentando memorizar todo lo que allí había. Puede parecer absurdo pero sabía que no iba a volver en mucho tiempo e intentaba tener una imagen fresca. Me despedí de mi hermana y del gato y bajamos a la cochera, serían mis padres quienes me llevarían hasta la estación.

Aquel trayecto en coche fue durísimo, creo que el peor momento de aquel día. Intentaba aguantar las lagrimas como podía. Mis padres no podían verme llorar de ninguna manera. No olvidaré mi mirada perdida en la carretera pensando en todo lo que dejaba atrás y preguntándome ¿cómo? ¿por qué? Recuerdo como subí a aquel tren y como mis padres me decían adiós desde el andén. La próxima vez que tocara el suelo sería en otro país a cientos de kilómetros de mi casa. Creo que fueron demasiadas despedidas para un solo día.

El recuerdo me produce dolor. Más que por lo que fue, me resulta doloroso por las consecuencias que trajo mi decisión. Es duro pensar que de las seis personas que aquel día se sentaron conmigo en aquella mesa hoy solo queda una a mi lado. Eso es lo que más me duele. A veces pienso si todas las decisiones que tome fueron correctas. A pesar de todo soy consciente que de poco sirve lamentarse de eso ahora.

Hoy, dos años después de aquello, también ha sido un día triste y feliz. Triste por recordar todo esto (es inevitable) y feliz por la compañía que he tenido.
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