Recordando (tal día como hoy)
30 septiembre 2008Llegamos pronto, con media hora de adelanto. La espera se hizo insoportable. Continuaba entre nosotros ese silencio incómodo, triste. Llegó mi compañera de viaje y la escena se tornó dramática. Demasiadas lágrimas. Deseé que ese tren arrancará cuanto antes. Lo hizo y ya no había vuelta atrás. Durante el viaje, mi compañera y yo fuimos conversando sobre todo lo que cada uno teníamos y todo lo que nos esperaba en los próximos cinco meses. Empezaba la verdadera aventura.
Después de ocho horas de viaje llegué a mi destino. Allí nos esperaba una compañera que nos haría de anfitriona. El calor era insoportable, no podía imaginar que en esa época del año hiciera ese calor veraniego. Lamentablemente se cumplieron las peores espectativas y la estación de trenes tan solo era un reflejo de cómo era aquello. Cogimos un taxi y rumbo a la residencia. En media hora escasa nos instalamos y pese al cansancio decidimos ir a conocer la ciudad no sin antes avisar a familia y novia de que habíamos llegado bien.
Paseamos por toda la ciudad recorriendo los sitios más característicos y nos tomamos nuestra primera Sagres acompañada de una folhada mixta a modo de almuerzo. Para entonces la temperatura ya subía hasta los treinta y siete grados. Fuimos a comer a la cantina de la universidad y después a dormir la siesta ya que el descanso era merecido. Ese momento fue el peor. Me quedé solo por fin y creí que esas paredes se me caían encima. Lloré al menos una hora seguida en la que se me pasaron mil y una cosas por la mente aunque reconozco que la opción de volverme fue la más repetida. Qué hacía allí? Por qué estaba en ese lugar? Por qué en ese momento? Solo tenía ese balón de ositos a quién abrazar. Conseguí dormir aunque más por el cansancio acumulado que por las ganas.
Desperté unas seis horas después, casi a la hora de cenar. Conocí a mi compañero de habitación con cierta vergüenza ya que el famoso balón aún estaba a mi lado. Me puse ropa veraniega y me fui a comprar la cena. Pizza y un poco de fruta. Volví a ver a mi compañera de viaje brevemente y quedamos para ir juntos al día siguiente en busca de un piso en el que poder lograr más libertad y autonomía. Ese día compartí mesa con dos polacos. Es triste intentar entenderte en no se sabe qué idioma mientras tus interlocutores se beben una botella de vino blanco. Mientras tanto, solo ella en mi cabeza. Me invitaron a vivir mi primera noche de fiesta en Portugal pero les dije que no, demasiados pensamientos en un solo día. Recuerdo cuando me volví a meter en la cama y antes de dormir recibí un mensaje. Era de ella. Esta vez no lloré, sonreí.
Etiquetas: historias, sentimientos