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Principito desencantado

Historias de un principito sin reino y sin princesa

02/08/06 Reflexiones

Hoy en día nos empeñamos en poner la coletilla de no ser tontos cuando hablamos de bondad. Curiosa asociación, que puede entenderse por tanto como ser malo igual a ser listo. No exagero al delatar la cruel asociación entre bondad y vulnerabilidad de nuestro código ético. Una moral utilitarista y subjetiva en la que triunfa el beneficio personal: «¿cada cuál es libre de hacer lo que quiere!». Así caminamos hacia la macdonalización de nuestra cultura.

¿Es más listo el maquiavélico? Parece que adulamos al economista de guante blanco en su relación con hacienda o al político capaz de utilizar el derecho con toda la potencia de la letra pequeña.

Los grandes acuerdos no parecen posibles sin la intervención de inteligentes fontaneros que hacen de la honestidad una actitud de ingenuos. Nos resulta más devaluado el discurso de alguien que se enrojece y se muestra tímido, y se valoran más las palabras del líder especializado en parecer bueno pero tan bueno, que ha calculado previamente la impresión que causará en el público.

¿Por qué nos avergonzamos de ser buenos? A menudo, nos alejamos más de unos valores que se acerquen a lo que se nos trasmitía en la infancia como ideal de ser buena persona. Lo traducimos como falta de madurez y en ocasiones buscamos imitar al tipo exitoso que ridiculiza la actitud del humilde, a no ser que le interese para salir bien en la foto. Quizás nos empeñamos tanto en valorar la agresividad egocentrista, como icono de seguridad y poder, que acabamos confundiendo las virtudes con lo defectos.

Por supuesto que la bondad necesita de la justicia y aprender a defender lo propio es una virtud que parte de la bondad, otra cosa sería hipocresía. Desgraciadamente ocurre que en tantas personas existe un déficit de autoestima, que les conduce a prostituirse en busca de cariño, mendigando pues la aprobación de quien admiran. Saber decir un no con energía no está reñido con la bondad, es por esto que el ser bueno con mayúsculas es más complejo de lo que parece. ¿De qué hablamos cuando nos referimos a la bondad?

Ser buena gente o ser una buena persona nos evoca en nuestro imaginario a una persona que ayuda empáticamente y que no daña al otro. El tipo de liderazgo que nos atrae es el de una persona justa, sabia y buena, como virtudes básicas. O lo que es lo mismo, alguien que sepa guiarnos con cariño y sabiduría hacia nuestra autorrealización. Educar bajo el mandato de un juez interior que en lugar de utilizar el miedo y la culpa como ejército que controle a los deseos, se valga de la seguridad atractiva y a imitar. Sí, digo bien: en medio del desierto podemos elegir entre el poderoso guerrero o entre el sabio guía, y a menudo, buscamos lo segundo. No es cuestión de chillar para tener poder, de hecho las personas que más emulamos desde la seguridad que emanan, están cómodamente instaladas en el silencio presente.

El poder de la bondad resulta terapéutico, pues nos encauza en el camino de lo que nos gustaría ser y no tanto en lo que hay que ser. ¿Por qué pensamos que quien ha podido vengarse es fuerte y, en cambio, quien ha perdonado es un blando?

La satisfacción personal nos impulsa hacia el bientrato con nosotros y con quienes nos rodean, resulta como un masaje que produce satisfacción de conciencia. Es contagioso de la misma manera que resulta contagioso el resentimiento y la venganza.

¿Que por qué esta charla sobre la bondad? Porque no está de moda.

Y ¿para qué? Para avergonzar a los sinvergüenzas y valorar a los humanos. Recuerdo un día en el que Labordeta hablaba con Aznar en torno a la guerra de Irak. La bondad no tiene por qué ser insolente ni acomplejada. El criterio personal y la fe en unos valores marcan la diferencia entre ser bueno y parecer bueno. Y no hace falta hacer ruido para escuchar el silencio. Fuentes no tiene por que ser menos listo por parecer soso o sin malicia, recuerdo su ayuda altruista en el homenaje a Musti Mújica. Vamos a valorar la inteligencia que se esconde tras la bondad de las personas.

Basta ya de luchar contra el autenticismo humano, vamos a fijarnos en la persona que hay detrás del sonrojo y entenderemos la confianza de alguien que no se siente superior al resto.

La persona insegura busca la templanza y el equilibrio, nada que ver con la vergüenza por ser buena persona. Además estoy convencido de que existen muchas buenas personas que están esperando a sintonizar en la misma onda y que solo necesitan el espejo de alguien que no les acompleje o enjuicie por ello.

Cómo decía al principio, no nos equivoquemos en pensar que bueno y tonto es lo mismo, de la misma manera que hacemos al separar malo y listo. ¿Qué tal si probamos a juntar las palabras ¿es tan bueno que es listo! Y ¿es tan malo que es tonto! En principio suena más lógico, ¿verdad?


Patxi Izaguirre - Psicólogo
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