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Principito desencantado

Historias de un principito sin reino y sin princesa

23/12/05 El secreto de la felicidad

Cierto mercader envió a su hijo al más sabio de todos los hombres para aprender el secreto de la felicidad. El muchacho anduvo muchos días por el desierto, hasta que llego a un castillo, que se encontraba en los altos de una montaña. El sabio que el muchacho buscaba vivía allí. Sin embargo, en vez de encontrar a un hombre santo, nuestro héroe entró en una sala y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y salían, personas que conversaban por los rincones, una pequeña orquesta tocando suaves melodías y había una mesa cubierta con los platos más deliciosos de aquella región del mundo. El sabio conversaba con todos y el muchacho tuvo que esperar dos horas para ser atendido.

El sabio escuchó el motivo de la visita del muchacho y le dijo que en ese momento no tenía tiempo de explicarle el secreto de la felicidad. Le sugirió que se diera un paseo por su palacio y volviera después de dos horas. "Quiero pedirte un favor" dijo el sabio, entregando al muchacho una cucharilla en la que dejó caer dos gotas de aceite. "Mientras vas caminando, lleva esta cucharilla sin permitir que se derrame el aceite".

El muchacho comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio, manteniendo siempre los ojos fijos en la cucharilla. Cuando pasaron las dos horas, regreso con el sabio. Entonces preguntó el sabio: "Has visto las tapicerías de Persia que hay en mi comedor?" "Viste el jardín que el maestro de jardineros se tardó cien años para plantar?" "Te diste cuenta de los bellos pergaminos de mi biblioteca?" El muchacho, avergonzado, confesó que no había visto nada. Su única preocupación era no derramar las gotas de aceite que el Sabio le había confiado. - Vuelve, pues, y conoce las maravillas de mi mundo, dijo el Sabio. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa. Ya más tranquilo, el muchacho cogió la cucharita y volvió a pasear por el palacio, fijándose esta vez en todas las obras de arte que pendían del techo y de las paredes. Vio los jardines, las montañas en derredor, la delicadeza de las flores, la exquisitez con que cada obra de arte estaba colocada en su sitio.

Al regresar al lado del Sabio, relató con pormenores todo lo que había visto. - Pero, ¿dónde están las dos gotas de aceite que te confié? preguntó el Sabio. Mirando hacia la cucharilla, el muchacho se dio cuenta de que las había derramado. "Pues ése es el único consejo que te puedo dar" El más sabio de los sabios le dijo al muchacho, este es el único consejo que te puedo dar. "El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo sin olvidarte nunca de las dos gotas de aceite de la cucharita".
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